Foto: El Turbión
El 30 de agosto de 2013 pasará a la historia como el momento crítico en que el primer mandatario de Colombia, Juan Manuel Santos, recurrió al ejército para enfrentar una protesta civil protagonizada por decenas de miles de labriegos que se movilizaban por obtener la renegociación de los TLC y por una política agraria centrada en la economía campesina.
Temprano en la mañana de ese día el presidente Santos se dirigió en cadena nacional a todo el país para exigir el levantamiento de los bloqueos de las carreteras –especialmente de los departamentos de Boyacá, Cundinamarca y Nariño– que amenazaban con impedir totalmente el abastecimiento de alimentos de Bogotá, una ciudad con más de ocho millones de habitantes.
Fue el instante más crítico de todos los que enfrentó la administración Santos con ocasión de las numerosas y masivas protestas, movilizaciones y paros que se desarrollaron durante el año 2013, efectuadas por campesinos y productores agrícolas de todo el país, así como por indígenas, trabajadores de la salud, estudiantes, ambientalistas y población en general.
En febrero-marzo fue el paro nacional cafetero; a partir del 7 de junio –durante 57 días–, el beligerante paro campesino del Catatumbo; el 19 de agosto arranca el paro nacional agrario que paralizó al país durante dos semanas; en octubre se despliega la minga indígena y popular que movilizó a 40 mil indígenas; en octubre y noviembre, el sector salud y el movimiento estudiantil protestan intensamente contra la política estatal en materia sanitaria y educativa; y finalmente en diciembre se producen las masivas concentraciones en la plaza de Bolívar de Bogotá con ocasión de la destitución del alcalde Gustavo Petro.
Ha sido un año protagonizado por el movimiento popular. Las protestas agrarias estuvieron al frente, pero además, en múltiples regiones y localidades se presentaron diversas luchas y protestas relacionadas con la resistencia a la construcción de megaproyectos energéticos y mineros (El Quimbo, Urrá II, Santurbán, La Colosa, entre otros), contra la privatización de servicios públicos domiciliarios (energía eléctrica, agua potable, aseo), así como las huelgas obreras del carbón y el níquel (El Paso-Cesar, El Cerrejón-Guajira y Montelíbano-Córdoba).
El pueblo colombiano se levanta y organiza después de una larga noche de oscuridad guerrerista que ha sido la cobertura para consumar el despojo y el desplazamiento. Lo hace con persistencia y valentía. Inventa nuevas formas de organización y acción. Enfrenta desde el laberinto territorial y la diversidad cultural las imposiciones del modelo neoliberal. Hay más de espontaneidad que de organización, de desesperación que de conciencia política, pero es la forma instintiva en que el pueblo va construyendo la rebelión y crea condiciones para ir más allá.
Las masas movilizadas han recibido del gobierno represión, dilación y carameleo. Más de una decena de manifestantes muertos, cientos de heridos y detenidos son el resultado de un tratamiento de guerra otorgado por el Estado. Además, no han cesado las muertes selectivas y persecuciones a dirigentes sindicales y sociales, acentuándose los asesinatos de líderes de la restitución de tierras.
En cuanto a resultados concretos lo más destacable fue la concertación del PIC (programa de protección al ingreso cafetero), una especie de subsidio que beneficia a más de 500 mil familias cafeteras, los acuerdos para sustitución de cultivos de uso ilícito para 400 familias campesinas en el Catatumbo, y los convenios sobre territorio y autonomía obtenidos por el movimiento indígena. De resto, la mayoría de reivindicaciones no han logrado solución y las que se han conquistado el gobierno hábilmente las va presentando como parte de su gestión.
Otro resultado importante es la sensibilización de amplias capas de la población urbana sobre las inconveniencias de los Tratados de Libre Comercio y sus efectos sobre la economía nacional, así como la toma de conciencia sobre la grave situación económica que sufren los habitantes del campo. Esa conciencia ciudadana se expresó en las manifestaciones de solidaridad durante el paro agrario que se constituyeron en un factor importante para presionar y obligar al gobierno a sentarse a negociar con las organizaciones agrarias. La población de las ciudades da señas de salir de su inmovilidad y conformismo.
El balance de esas luchas populares es positivo pero complejo, contradictorio y preocupante. Después de tener contra la pared al gobierno, lo que forzó al presidente Santos a amenazar con la intervención castrense, la dirigencia social no fue capaz de enfrentar ese momento crucial. No se construyó la unidad sobre la marcha, ni se tuvo la capacidad de utilizar nuevas formas de lucha que le hubieran permitido al movimiento popular tomar la iniciativa y derrotar la política represiva y dilatoria del gobierno. Así, el gobierno desactivó con amenazas éste potente movimiento que le significó la caída temporal de su imagen positiva a menos del 30% de la población.
Es complejo porque se desencadenaron las fuerzas, se tensionaron al máximo las potencias acumuladas, pero los resultados concretos son limitados. Lo conquistado no compensa el esfuerzo. Así, lo único que garantiza la continuidad de la lucha es el agravamiento de las condiciones de vida y de trabajo fruto del impacto del modelo capitalista neoliberal en auge e implementación. Los mínimos acuerdos logrados y el incumplimiento del gobierno crean condiciones para que el 2014 sea un año de nuevas movilizaciones y protestas pero su fuerza y contundencia dependerá del estado de ánimo de las amplias masas, la situación en que hayan quedado las organizaciones, la capacidad de unirse y lo acertado de la conducción política.
Es contradictorio porque la dimensión de la movilización y de las fuerzas sociales comprometidas fue enorme, diversa, multisectorial y muy rica en expresiones de lucha y combatividad. Sin embargo, esa profundidad y multiplicidad social no se refleja en la construcción de una articulación permanente del mismo movimiento popular, y menos, en la unidad de las fuerzas políticas de izquierda que actúan a su interior. Sin unidad popular no habrá triunfos a la vista.
Es preocupante por las amenazas que se ciernen. Los sectores más guerreristas y antipopulares están al acecho. Se esmeran por sabotear el proceso de paz, recuperar las riendas del gobierno e impedir cualquier forma de democratización del país. Los grupos paramilitares siguen asesinando dirigentes populares y la derecha extrema conspira y actúa a la sombra contra el avance del movimiento democrático y popular. Pero también, desde la orilla santista, con la fórmula de la “nueva apertura democrática”, se intenta canalizar la lucha popular hacia la institucionalidad dominante mientras se profundiza el modelo neoliberal.
La destitución del alcalde de Bogotá es un golpe directo a los sectores populares. La desprivatización de los servicios públicos quedó prohibida por orden del Procurador, agente de los intereses plutocráticos de una oligarquía que se aferra a un modelo de desarrollo basado en la desposesión de lo público. La participación política para los sectores populares está en el limbo ante tamaña afrenta que viola los derechos fundamentales en el ámbito político-electoral. La reacción del conjunto del movimiento popular ha sido solidaria pero no contundente.
Si el año 2014 se inaugura con la confirmación de la destitución de Gustavo Petro, el efecto sobre las luchas populares puede ser negativo. El escepticismo tanto sobre la movilización directa como sobre la participación electoral que ya se nota en algunos sectores, puede profundizarse. El momento exige mucha reflexión, espíritu amplio y mucha grandeza.
Por ahora, la preocupación crece al observar que la izquierda entra en una feria electoral mientras gran parte del pueblo está escéptico. La amplia proliferación de listas al congreso de la república que integran a diversos representantes del sector popular, la falta de unidad y solidaridad (con la excepción de la unión entre verdes, progresistas y UP para Senado), son hechos que generan inquietud. No se puede ocultar que nos hace falta mayor debate y claridad. Cada organización y fuerza política se “enconcha” en su estructura y defiende intereses menores. Mientras las masas populares han dado grandes muestras de sacrificio y de lucha, la dirigencia popular se queda corta, aprisionada por lecturas parciales y actitudes mezquinas.
Después de un año agitado, de grandes jornadas de lucha popular, podemos afirmar que la cosecha política y organizativa no es la más óptima. Ojalá sea sólo una percepción equivocada y el año 2014 nos traiga verdaderos avances en la defensa de la democracia, la conquista de la paz y la construcción de soberanía nacional y popular. ¡Feliz y combativo año!
Fuente: Prensa Rural