martes, 2 de julio de 2013

Ponencia de la MAUN en el foro de libertad de expresión en la Universidad Nacional


La Libertad de Expresión a partir de la Defensa de lo Público

Como Mesa Amplia de la Universidad Nacional – MAUN, queremos saludar este espacio como escenario convocado por múltiples actores, para discutir un tema que posee tantas implicaciones para nuestra Universidad, dado el momento tan complicado por el que pasa y que se evidencia en el permanente afloramiento de problemáticas producidas por una profunda crisis. Hemos insistido en varias oportunidades, sobre la necesidad de ubicar los disensos existentes al interior de la Comunidad Universitaria en las interpretaciones de la libertad de expresión y del sentido de lo público en la Universidad, con el fin de determinar las correspondientes implicaciones que ellas tienen en el futuro de la institución. Por eso estamos hoy aquí: para presentarles, y para que ustedes sometan a discusión, nuestra concepción frente al carácter y sentido de lo público, ratificando con ello además, nuestra disposición, nuestro sentir y nuestro compromiso para contribuir con su defensa.

Partimos de un marco conceptual y de acción que para nosotros y nosotras es fundamental: lo público es un bien común. Decimos esto porque, para nosotros y nosotras, lo público es el entramado de relaciones sociales que definen y realizan los derechos fundamentales para el bienestar colectivo. Lo público, entendido como bien común, se convierte en una herramienta política construida por la sociedad para definir y defender sus derechos a través de la participación directa y la movilización social. Pero además, si lo público es un bien común, entonces le es inherente un carácter diverso, teniendo claro que esta diversidad no está dada por una supuesta sumatoria de individualidades, sino por el carácter social inherente a la humanidad, cargada de múltiples formas de relacionamiento, entre ellas las conflictividades. Y por último, si lo público es un bien común, entonces el paso de la diversidad a lo común está mediado por una práctica social única que es, simultáneamente, su condición necesaria: la democracia. Única y necesaria porque de ella depende que lo público, lo común, sea un proyecto colectivo.

Apelamos a la idea de lo público como bien común, porque ello es el resultado histórico de procesos colectivos, es la apuesta común hacia la superación de problemáticas colectivas de la sociedad, es el espacio abierto a la expresión de la diversidad, siempre y cuando de ella se avance hacia el debate público y las definiciones colectivas. Lo público debe ser, por tanto, espacio de reflexión, debe ser el pivote moral de la sociedad, en donde toda negación individualista –política, cultural, estética, académica, etc– pueda ser derrumbada para construir el consenso. Lo público es el lugar de la polémica, más ello no niega su naturaleza fraterna. Lo público es el rescate de la política como ejercicio verdaderamente colectivo, pues la restricción del ejercicio de lo público conlleva la desaparición de la política como dimensión abierta de participación, deliberación y pugna de ideas. En definitiva, lo público como bien común, debe ser el germen de una idea de sociedad distinta y la vía para su consecución.

Es por lo anterior que, en múltiples ocasiones y en diversos escenarios, hemos insistido que el carácter común de lo público choca con dos ideas petrificadas en nuestro pensamiento social como el más consolidado de los prejuicios. La primera, consiste en considerar lo público como la propiedad de todos y todas, y en la práctica como propiedad de nadie, es decir como propiedad del Estado. Sin embargo, el Estado no es ni representación ni construcción de lo público, por el contrario, es ajeno a las necesidades y aspiraciones de la población. Por tanto, creemos que la defensa de lo público no es la defensa de la propiedad del Estado, sino, fundamentalmente, la defensa de la apropiación social de lo colectivo. La segunda, consiste en ubicar al individuo como el sujeto principal del derecho, y no a la sociedad. Consideramos que en esto hay una falsa dicotomía, pues si nos reconocemos como seres sociales que expresamos necesidades y proyectos comunes, la consecución del derecho individual está garantizada en la consecución del derecho colectivo, y si se plantea una tensión entre el derecho particular y el derecho colectivo es porque hay una incapacidad del individuo para reconocerse en lo común a partir de la discusión y la participación. Para nosotros y nosotras, el sujeto principal del derecho es la colectividad. En esta medida, lo público, entendido como bien común, nos lleva a la superación de criterios individualistas o estatales, a través del encuentro de mínimos comunes de acción que nos permitan construir y defender, legítimamente, el interés general.

Este es nuestro marco general de cómo entendemos y ponemos en práctica el sentido y el carácter de lo público en la Universidad Nacional. Pero nos falta un elemento tan importante como concebir lo público como bien común, y se trata de lo real, es decir, para hablar hoy de lo público en nuestro campus, debemos hablar de su pérdida, la pérdida de lo público en la Universidad, la pérdida de la Universidad como territorio y proyecto público.

Hoy, es evidente que lo público se desdibuja en el marco de una idea de país determinada. La premisa del mercado como regulador de la sociedad, de lo común, se evidencia en la idea gubernamental del mercado hasta donde sea posible, el Estado hasta donde sea necesario. Esta premisa ha sido la que ha reorientado, y sigue reorientando, la discusión de lo público en su relación con el Estado y, por tanto, de las responsabilidades de éste con la Universidad Nacional. Esta lógica ha cedido lo público, lo común, al mercado, o, para ser más precisos, el mercado con su lógica ha usurpado lo público: educación, salud, vivienda, tierra, conocimiento, semillas, agua, genómica, etc. Lo público, lo común, expresado en los derechos sociales, lo determinan la oferta, la demanda, la rentabilidad y la eficiencia. Esta realidad nos prohíbe referirnos al sujeto de lo público, nos obligan a hablar del cliente de lo “público”.

Para el caso de la educación, este hecho es visible en el cambio de esquemas a la financiación de la educación superior, donde la sinergia entre instituciones y modalidades cede a la competencia por recursos para que las mismas puedan seguir existiendo. Es visible también en la financiación desplaza de las instituciones a los clientes (estudiantes y sus padres) mediante la figura del crédito o subsidio a la demanda. Esto desdibuja la autonomía universitaria como presupuesto específico y fundamental de la Universidad, pues el construir conocimiento y alternativas para el conjunto de la sociedad, queda supeditado a la búsqueda permanente y frenética de recursos propios. Así, lo público, lo común, deja de tener una función social general, por lo cual la Universidad asume lo público de manera individualizante, restringida a las expectativas de los consumidores (estudiantes) en el marco de las necesidades de sus beneficiarios (empresas, Estado).

Pero, ¿qué hacemos nosotros y nosotras como MAUN, hablando de lo público como bien común y su pérdida, en un foro sobre libertad de expresión? Pues bien, ya que el vehículo y el garante de lo común es la democracia, de esta última es parte integrante la libertad de expresión. Este es nuestro hilo conductor. Pero además, en nuestro contexto, la Universidad Nacional, así como en el resto del país, específicamente debemos hablar de la pérdida de libertad de expresión como consecuencia de la pérdida de democracia, todo ello en el marco de la pérdida de lo público.

En la Universidad Nacional, la pérdida de la libertad de expresión se puede ver en el condicionamiento institucional para el acceso real de los sujetos que integran lo público, lo común, a los medios y canales comunicativos de la institución. Estos no están al servicio del sujeto de lo público, que en nuestro caso se trata de la Comunidad Universitaria. Los medios no son su voz, no son los comunicadores de sus proyectos, no son los comunicadores de sus necesidades, sólo son la voz de la institucionalidad y de aquellos que se ajustan a sus parámetros. Ni Prisma–tv, ni UN–radio, ni Carta Universitaria, ni UN–periódico, ni el portal web, ni el máster, expresan la situación universitaria, no hablan de la crisis, no hablan de las necesidades y problemáticas de los estamentos que componen la Comunidad Universitaria. Son la voz exclusiva, es decir excluyente, de una institucionalidad cada vez más ajena a la Universidad misma, son la voz de una institucionalidad cada vez más gubernamental.

Por ello la Comunidad Universitaria, especialmente los estamentos estudiantil y laboral, han dejado su huella en la historia de la universidad, desarrollando formas de apropiación territorial, acompañadas de canales y medios comunicativos alternativos que les permita visibilizar su situación. Pintas, murales, panfletos, carteles, chapolas, correos masivos, redes sociales, mítines, plantones, marchas, jornadas culturales, etc, han sido, y siguen siendo, herramientas para afrontar la exclusión. Esta es nuestra libertad de expresión.

Pero también es necesario reconocer, de forma autocrítica, que por la urgencia de confrontar la pérdida de lo público, el movimiento estudiantil y la MAUN como parte de este, no se ha permitido momentos de reflexión sobre sus acciones comunicativas y, en no pocas oportunidades, estas formas de apropiación de la Universidad como territorio común se han ejercido desde una perspectiva individualista o particularista, en las que ha primado, por ejemplo, pintar los salones con los nombres de las diferentes formas organizativas hasta el último espacio disponible, pensando en posicionarse, casi que imponerse, como referente del estudiantado, priorizando su proyecto o concepción política sobre lo colectivo. Sumado a lo anterior, es necesario reconocer un par de situaciones conexas: primero, que en ocasiones los mecanismos y sus contenidos se han planteado casi como órdenes en tanto se dice qué se debe hacer, antes que abrir la discusión que invite a pensarse los hechos y proponer. Segundo, también en múltiples ocasiones se ha dado una separación sistemática de las formas y los contenidos, donde no existe mucha preocupación por cómo se exponen las razones, pues se supone que, por ser correctas, la forma es un elemento secundario o prescindible.

Es necesario reconocer también lo contrario. Han existido ejercicios de expresión comunicativa profundamente transformadores, que, con muchísimos colores e impregnadas de alegría creadora, han distorsionado la normalidad y la cotidianidad del campus, han despertando el asombro, el gusto estético y la posibilidad del pensamiento crítico, alternativo y transformador de la Comunidad Universitaria. De este entusiasmo, de esta preocupación por el receptor del mensaje, de esta creatividad revolucionaria, debe hoy alimentarse la totalidad del movimiento estudiantil. Ir en contra de sus propios dogmas, y recrearse permanentemente, es la tarea de las y los estudiantes.

Pero consideramos, con igual preocupación y teniendo presente lo que hasta aquí hemos expuesto, que la conquista de la libertad de expresión no puede basarse, jamás, en la idea de que uno es tan libre de dañar los mensajes como fue tan libre el que inicialmente los expuso. El debate no está en "mi libertad de expresión vs otra libertad de expresión". Este individualismo recae en el desconocimiento del otro como parte esencial de nuestra vida y desarrollo como persona, al negarse de tajo toda posibilidad para evaluar sus condiciones y planteamientos a partir del diálogo. Y si se niega al otro se niega entonces lo social, y con ello toda posibilidad de bien común como reivindicación de lo público. La libertad de expresión no es un diálogo de sordos, ni un encuentro de soliloquios. La libertad de expresión es una sola: la libertad de expresión de la colectividad, en el marco de la diversidad y la diferencia, pero también en el marco del debate y el respeto por el pensamiento del otro, sometiéndolo al fuego implacable de la crítica a través del diálogo.

Planteamos dos preguntas: primera, ¿puede entenderse y realizarse la Universidad como territorio común?, y segunda, ¿quiénes y cómo construyen lo público? Lo que intentamos ubicar es que si hablamos de derechos colectivos, entonces la Universidad pasa a ser un territorio que debe ser apropiado por la Comunidad Universitaria, y esta apropiación tiene dos dimensiones fuertemente entrelazadas: la histórica y la colectiva.

Que la Universidad Nacional sea el escenario de lo público ha sido precisamente una disputa histórica desarrollada por la comunidad universitaria –la colectividad– y esto ha traído dos consecuencias sumamente importantes: dar esa disputa en el marco de la crítica y la autocrítica,.y reafirmar la responsabilidad que asume la Universidad, como horizonte de su aporte, en la construcción de la sociedad colombiana. Por el contrario, y es lo que está sucediendo, olvidar esa historia y olvidar la misionalidad universitaria ha generado la manipulabilidad de la concepción de lo público. Esta amnesia individualista ha desviado la discusión del derecho colectivo y la pérdida de lo público a la estética de la pared, pero además, le ha servido de instrumento a una institucionalidad inmersa en un conflicto de intereses económicos ajeno a la Universidad y cercano al sector privado. El campus blanco y amable del que tanto hablan los altos cargos administrativos no es una preocupación real por la situación de la Universidad, es simplemente la búsqueda de una universidad estéticamente presentable para la inversión privada: primero CAFAM y Canela Bakery, en el futuro las oficinas bancarias y de pago de servicios, y todo ello para administrar la crisis presupuestal, no para superarla. Así se hizo con el edificio viejo de Ingeniería: se blanqueó, Prabyc invirtió y ganó: ahora tiene un contrato con el que puede administrar parte del edificio y decidir qué hacer en varios grupos de investigación de ingeniería civil, dispuesto todo ello por la administración del hoy vicerrector, entonces decano, Diego Hernández.

Cerramos este asunto con una pregunta: ¿a quién le sirve la estigmatización, el señalamiento, el acallamiento de un movimiento estudiantil, que a pesar de sus muchos errores y también con sus valiosos aciertos, por su crítica sistemática se ha convertido en una piedra en el zapato? Cómo nos llena de satisfacción ser una piedra en el zapato. Cómo nos complace ser ese alfiler abandonado en un sillón relleno de plumas de ganso.

Para finalizar, queremos proponer lo siguiente:

Primero, no hay sujeto de lo público. Si queremos apropiarnos de la Universidad como territorio de lo público, entonces debemos construir un sujeto colectivo que se la apropie, debemos construir la Comunidad Universitaria. La responsabilidad de la construcción de lo público demanda de todas y todos un compromiso, y este último es aún más marcado en el caso de la Universidad Nacional. Para ello, es necesario que cada persona participe, cree, redinamice y/o reconstruya escenarios de discusión y trabajo en su espacio local: facultad, departamento, semestre, etc, pues desde allí, y pensando siempre en perspectiva general, es que se defiende lo público.

Segundo, es urgente buscar la democratización de los medios de comunicación de la Universidad. Es urgente que nos apropiemos de ellos, para que el ejercicio de la expresión sea el primer paso hacia la construcción de un gobierno universitario verdaderamente democrático. Esto sería la concreción de lo que hemos estado proponiendo desde la MANE: un gobierno universitario compuesto y ejercido por la Comunidad Universitaria.

Tercero, esperamos que los actores en disenso frente a las formas de expresión del movimiento estudiantil, desarrollen propuestas claras de cómo recuperar el sentido de lo público en la Universidad, lo cual requiere de brindarle herramientas a la Comunidad Universitaria para que se exprese y actúe.

Cuarto, asumimos el compromiso como MAUN de imprimirle un nuevo ritmo a la libertad de expresión como forma de apropiación del territorio universitario, nos enfocaremos en la oxigenación, el replanteamiento y la diversificación de las formas comunicativas de la Comunidad Universitaria, sin querer decir con ello que vayamos a propender por las paredes blancas. Todo ello, para continuar defendiendo lo público y podernos reclamar como legítimos continuadores de aquellos y aquellas que en el pasado entregaron todo, incluyendo sus vidas, para defender la Universidad, nuestra Universidad.

Así, resumiendo, lo que buscamos permanentemente es la defensa de lo público, la defensa de la Universidad Nacional como territorio de lo público. Por ello, hemos propuesto desde la MANE que el carácter de la educación, por tratarse de un derecho fundamental de la sociedad y entendiéndola como relación constitutiva de la misma, debe ser un bien común. La educación superior, y su escenario de realización que es la Universidad, son bienes comunes en la medida que el conocimiento y la educación, así como sus contenidos sustanciales, son el resultado histórico y acumulado de las prácticas sociales de la comunidad humana, por consiguiente, son inapropiables por los particulares o por las entidades del Estado, así como no pueden ser objeto de intercambio mercantil.

Esta es nuestra lógica, este es nuestro propósito, por ello, en definitiva, creemos que la defensa de lo público, de lo común, de lo colectivo, se puede realizar buscando incesantemente la construcción de “un país con soberanía, democracia y paz”.

Muchas gracias.

Mesa Amplia  Universidad Naciola sede Bogotá -  MAUN



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