por KIEN&KE

En la entrada que da a las aulas de la Institución Universitaria de Colombia, hay un letrero enmarcado que dice: “Es bueno dejar el trago, lo malo es no acordarse dónde”. Junto a la inscripción, aparece un borracho desaliñado que abraza una señal de tránsito. Al fondo, entre las mesas de una cafetería, cuelgan sombreros de paja, platillos de banda marcial, una lira, un colorido reloj enmarcado por dos caballos grises con sus crines al viento. Sobre una suerte de estante, una réplica en miniatura de la Venus de Milo, un busto de Beethoven, una figurita de madera. Allí, en medio de ese salpicón de corotos que le da bienvenida a los visitantes, en la calle 35 con carrera séptima, queda la nueva universidad de Carlos Abraham Moreno de Caro.
Todos se acostumbraron a ver a Moreno de Caro vestido de amarillo y vociferando con tono postizo, llevando chulos, culebras, vísceras, alacranes y veneno para ratas al Congreso. Siempre insultando. Siempre interrumpiendo. Se le recuerda también encabezando una caravana de bicitaxis adornados con publicidad política, tapando alcantarillas, entregándole una gallina al ex ministro de protección social Diego Palacio, citando la Biblia, declamando en los consejos comunales del ex presidente Álvaro Uribe. Pero hace un tiempo, Moreno de Caro se quedó callado. Decidió alejarse, como si aún viviera en Sudáfrica.

La sede administrativa de la universidad de Moreno de Caro.

A través del teléfono, con un tono huidizo, Moreno de Caro dice: “No, hermanito, no. No quiero dar entrevistas. Le agradezco mucho, pero estoy conservando el bajo perfil. Es cuestión de estrategia”. Moreno está en su fortín de siempre, la casa verde de columnas de piedra que se levanta sobre el costado occidental de la avenida séptima con calle 35. Hasta hace unos años, en la entrada del lugar había un letrero de metal que, en letras pegadas, decía: “Defensa Ciudadana”. Así se llamaba el partido con el que se hizo famoso y con el que llegó al Concejo de Bogotá y dos veces al Congreso de la República.

Pero en lo últimos años la carrera política de Moreno se fue en picada. No hubo rata ni chulo ni show que lo salvara. Durante su paso por el Congreso fue sancionado, llamado a rendir indagatoria y multado. Su siguiente partido, el ADN, perdió su personería jurídica. Moreno de Caro, entonces, decidió hacerse conservador. Pero los votos no le alcanzaron para volver al Senado. En los últimos años ha sido un cercano seguidor del ex presidente Uribe Vélez, quien lo nombró embajador en Sudáfrica. Desde Pretoria, todos los fines de semana, le daba un reporte de funciones a Uribe vía telefónica que duraba ocho minutos. Moreno tenía dos gatos, “Morenín” y “Uribín”,  símbolos de la cruzada que tanto pregonaba: acabar con las ratas.

Moreno de Caro se ha caracterizado por publicitar sus campañas políticas apelando a la cultura popular.

La casa de la calle 35 es hoy la sede administrativa de su nueva universidad. Desde allí, corta la comunicación; pero antes de colgar, lanza unas cuantas palabras más: “Es estrategia. Usted sabe. La joda del Ministerio de Educación. Gracias, hermanito”. Al instante, corta la llamada.

Hace un par de meses, El Espectador publicó una nota del regreso de Moreno de Caro a la universidad, que explicaba los enredos que tuvo la legalización de su nuevo centro educativo. El año pasado, el lugar recibió dos veces las visitas de funcionarios de control y vigilancia del Ministerio de Educación, y en ambas ocasiones recomendaron a la ministra no reconocer la personería jurídica de la entidad, después de encontrar fallas estructurales en la planta de profesores y el reglamento. Además, el primer texto que envió la universidad de su programa de Ingeniería Industrial al ministerio tenía varias páginas plagiadas de otros documentos. Entre ellos, de una página de Internet llamada El Rincón del Vago. El nombre lo dice todo.

Hoy, la universidad exhibe en sus folletos su personería jurídica. En rojo, anuncia: “aprobada oficialmente”. Algunos detractores de Moreno dicen que la personería, la aprobación de Ministerio de Educación,  fue un favor de Álvaro Uribe Vélez.

La institución ofrece cuatro carreras: Ingeniería de Sistemas, Ingeniería Industrial, Contaduría Pública y Administración de Empresas. Todas cuestan lo mismo: 910 mil pesos la matrícula. Las clases se dictan en jornadas de mañana o tarde. Los semestres se pueden cursar en la mitad de tiempo, otra inconsistencia que está siendo estudiada. El primer grupo de estudiantes ingresó a comienzos de este año.

Moreno de Caro en una de sus apariciones más polémicas en el Congreso.

Han pasado catorce años desde que Moreno de Caro cerró las puertas de la Corporación de Educación Superior de Trabajo –conocida como la Universidad del Trabajo–, que funcionaba en el mismo lugar donde hoy queda su nueva universidad. En 1997, el Gobierno ordenó el cierre de la corporación. Los estudiantes quedaron en el aire. Nadie les homologaba las materias. Sus estudios en la universidad de Moreno de Caro valían lo mismo que un papel en blanco.

Muchos de quienes estudiaron en la Universidad del Trabajo podían cambiar sus proyectos académicos por trabajos como pintar fachadas, tapar alcantarillas y barrer las calles. Moreno de Caro usaba a sus alumnos para hacer proselitismo político. Ahora, en una cuña radial de la universidad, se invita a las personas a matricularse diciendo: “A usted, parce, que anda en la mala o jodido”.

“Joder”, uno de los verbos que más usa Moreno de Caro, que ahora baja por las escaleras curvas de su sede vestido de camisa amarilla Polo con rayas azules. Pasa por delante de una estatua de quien parece ser Jiménez de Quesada. Se asusta al ver a un hombre que está de pie en el vestíbulo, abre los ojos como dos huevos fritos, da un par de vueltas sobre su propio eje y se marcha. Merodea un rato, mirando a lado y lado. Sin decir ni una palabra, abre la puerta y se marcha.